JUAN EL OSO.
Cuentos tradicionales españoles.
Cuentos para contar en nuestro Huerto
Hace
ya mucho tiempo vivía en un pueblo una muchacha que se dedicaba a cuidar vacas. Un día se le perdió
una y se puso a buscarla por todas partes; sin darse cuenta llegó a un monte
que estaba muy lejos. Allí le salió un oso, la cogió y se la llevó a su cueva.
Después de estar viviendo con él algún tiempo, la muchacha tuvo un hijo. El oso, que nunca dejaba
salir de la cueva ni a la
madre ni al hijo, les traía de comer todos los días, teniendo que quitar y poner una gran piedra con la que
tapaba la entrada de la cueva.
Pero
el niño fue creciendo y haciéndose cada vez más fuerte. Un día, cuando ya tenía doce años, levantó la enorme
piedra con sus brazos y la quitó de la entrada, para poder escaparse con su madre. Cuando ya salían de la cueva, apareció
el oso. Entonces el
muchacho cogió otra vez la piedra, se la arrojó al animal, y lo mató.
La madre
regresó al pueblo con su hijo, que se llamaba Juan. Lo puso en la escuela, pero Juan andaba todo
el día peleándose con
los demás muchachos, los maltrataba y hasta se enfrentó con el maestro. Por fin le dijeron a la madre que
tenía que quitarlo de allí,
y el muchacho dijo que quería irse del pueblo. Pidió que le hicieran una
porra
de siete arrobas,
y así fue. Era tan pesada, que tuvieron que traérsela de la herrería
entre cuatro mulas.
Pero él la cogió como
si nada y se marchó.
Por
el camino Juan se encontró con un hombre que estaba arrancando pinos y le dijo:
—¿Tú quién eres?
—Yo soy Arrancapinos. ¿Y tú?
—Yo
soy Juan el Oso, que voy con esta porra por el mundo y hago lo que quiero. Dime, ¿cuánto te pagan
por arrancar pinos?
—Siete reales —contestó Arrancapinos.
—Bueno, pues yo te pago ocho.
Y
se fueron los dos juntos. Un poco más adelante vieron a un hombre que estaba
allanando montes con el culo. Juan el Oso le preguntó:
—¿Tú quién eres?
—Yo soy el Allanamontes. ¿Y vosotros?
—Yo,
Juan el Oso. Y éste es Arrancapinos. Dime, ¿cuánto te pagan al día?
—Ocho reales
—contestó Allanamontes.
—Bueno, pues yo te pago nueve.
Y se fueron los tres juntos camino adelante.
Cuando
llegó la noche, Juan y Arrancapinos se echaron al monte a buscar comida y dejaron a Allanamontes
haciendo la lumbre.
Pero cada vez que
prendía se acercaba un duende
y se la apagaba. Allanamontes le dijo:
—Como me vuelvas a apagar la lumbre, te mato.
—¡Hombre, qué bien!
—contestó el duende—. ¿No sabes tú que ésta
es mi casa?
Entonces cogió una cachiporra
y le dio a Allanamontes una buena paliza, se ensució en todos los cacharros
de la comida y desapareció.
Cuando
volvieron Juan y Arrancapinos, se quedaron muy sorprendidos al ver lo que había pasado.
—Está bien —dijo Juan el Oso—. Mañana se quedará
Arrancapinos.
—¿No te enteraste ayer de que ésta es mi casa?
Y sin decir más
cogió la cachiporra y le dio una buena paliza a Arrancapinos, le apagó la lumbre y se ensució en los
cacharros de la comida.
Cuando volvieron los otros dos y se enteraron de lo
que había pasado,
Juan se enfadó mucho y dijo:
—Mañana me quedaré yo.
Al
día siguiente Juan el Oso hizo la lumbre y de nuevo apareció el duende, diciendo:
—¿Todavía no te has enterado de que ésta es mi
casa?
Cogió otra vez
la cachiporra dispuesto a darle una paliza a Juan el Oso, pero Juan el Oso cogió la suya, de
siete arrobas, y con sólo dos golpes que le
dio el duende se declaró vencido. Después se
cortó una oreja y se la entregó a Juan el Oso, diciéndole:
— Cada vez que te encuentres en un apuro, sacas la
oreja y la muerdes.
Cuando volvieron los
otros dos, Juan el Oso les dijo que eran unos
cobardes y les contó lo que él había hecho con el duende.
Otro
día llegaron los tres a una sierra donde había muchos pinos, y como tenían mucha sed, dijo Juan el
Oso:
—A
ver si es verdad lo que sabéis hacer. Primero tú, Arrancapinos, tienes que arrancar todos los pinos. Y luego,
tú, Allanamontes, tienes que allanar
todos esos montes. Y después yo haré un pozo.
Así
lo hicieron. En un momento Arrancapinos dejó todos los montes pelados y Allanamontes se puso a
moverlos y a aplastarlos con el culo
hasta que todo quedó como la palma de la mano. Entonces Juan cogió su porra de siete arrobas y de un solo golpe en el
suelo abrió un pozo muy hondo. Se asomaron los tres, pero era tan hondo, que sólo vieron la oscuridad. Juan el
Oso dijo:
—Ahí
tiene que haber algo. Vamos a echar una cuerda y lo veremos. Primero bajará Arrancapinos con una
campanilla y, cuando
vea algo, la tocará para que lo saquemos.
Pero, antes de llegar
al fondo, Arrancapinos sintió mucho frío y
tocó la campanilla. Luego bajó Allanamontes, y sintió mucho calor y también
tocó la campanilla, para que lo subieran. Por fin bajó Juan el Oso, que
llegó hasta el fondo, donde había una cueva con tres puertas.
De pronto se abrió una
de las puertas y apareció una muchacha.
Juan le preguntó que quién era y ella le contestó:
—Soy
una princesa y estoy aquí encantada
por un gigante desde que un día me atreví a tocar un manzano que había en el jardín del palacio y al que mi padre me tenía
prohibido acercarme. Fue entonces cuando
se abrió la tierra y me tragó. Ahora tú tampoco podrás salir de aquí.
—Eso ya lo veremos —contestó Juan el Oso.
Y no había acabado de
decirlo, cuando salió por la puerta un toro
bravo, que se fue furioso hacia él. Pero Juan levantó su porra de siete arrobas y de un solo golpe en la cabeza
lo mató. Luego se abrió otra puerta y
salió una serpiente. Juan el Oso le dio un golpe en la cabeza y la mató también. Por último se abrió la tercera puerta y apareció el gigante, gritando: «¡A carne
humana me huele! ¡A carne humana me huele! ¡Desgraciado! ¿Cómo te atreves a
entrar en mi casa?»
Los
dos se pusieron a pelear, pero Juan acertó a darle al gigante un cachiporrazo tan fuerte, que lo dejó tendido en el suelo.
Cuando
la princesa se vio libre, le entregó a Juan una sortija que llevaba. Juan le amarró la soga por la
cintura y tocó la campanilla
para que los otros la subieran. Así lo hicieron, pero, cuando la princesa ya estaba arriba, Arrancapinos y
Allanamontes no volvieron
a echar la soga y se llevaron a la princesa.
Cuando
se cansó de tocar la campanilla, Juan el Oso se dio cuenta de que lo habían
abandonado y estuvo muchas horas dando vueltas por la cueva sin poder salir. De pronto
se acordó de lo que
le había dicho el duende, y se sacó la oreja del bolsillo. Le dio un mordisco y al momento aparecieron muchos
enanillos dispuestos a ayudarle. En seguida lo sacaron de la cueva, le dieron
un traje nuevo y un caballo volador, con el que pudo llegar al palacio cuando el rey ya iba a decidirse a casar a la
princesa con Arrancapinos
o con Allanamontes, pues los dos decían que habían desencantado a la princesa. Todo el mundo en el palacio estaba
pendiente de la decisión para hacer una
gran fiesta, aunque la princesa estaba muy
triste. Juan el Oso se metió entre la gente, y ni siquiera la princesa lo conoció al principio,
debido al traje que le habían dado los enanillos. Por fin se acercó a
ella y le enseñó la mano donde llevaba la
sortija que ella le había entregado en la cueva. Entonces la princesa exclamó:
—¡Este
es el que yo escojo, porque éste es el que me ha desencantado!
El rey y todo el mundo se sorprendieron, pero
tuvieron que convencerse,
cuando vieron el anillo. A los otros dos los castigaron, y Juan el Oso y la princesa se casaron y
vivieron felices y comieron perdices. Y a mí no me dieron porque no quisieron.
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